Ayer dedique un ratito de mi tiempo a pensar, solamente a pensar, que ya es mucho... Sentada en unas rocas junto al mar y junto a un pescador, primero charlé con él, después se impuso el silencio. El único ruido, el del mar, comencé a dejar mi cabeza fluir mientras contemplataba aquella imagen, la ciudad a mi espalda, frente a mi el mar, limitado y enjaulado por las carreteras y nosotros, nuestro mundo...
Al observar como rompía una y otra vez contra las rocas me hizo fijarme en ellas, en la erosión del agua durante años, en las formas redondeadas y pulidas que quedan... Se me ocurrió pensar que a lo mejor aquello se podía comparar con la vida y las personas. El mar era la vida, con las personas que conocemos, con nuestras vivencias, con los lugares, los paisajes... y las rocas podíamos ser nosotros. Pensaba que la vida nos erosiona, de una forma positiva o negativa, con la misma constancia y rutina que lo hace el mar con las rocas, unas veces mas duramente y otras mas suavemente... Pero es ese desgaste el que de alguna manera nos va puliendo.
Por mi cabeza también paso, que hay cosas que asumimos, que aceptamos y que conscientemente no nos afectan, pero que, de alguna manera, nos van erosionando, desgastando cosas en nosotros, sentimientos, pensamientos... Quizás, un día nos miremos por dentro y digamos, aquello que nunca me importo, hoy me doy cuenta que con el tiempo me desgastó...
Sin embargo no lo veo ni lo siento de una forma negativa, simplemente voy cambiando, evolucionando mientras la mar me golpea...